viernes, 24 de junio de 2011

El Prat, junio 2030



En Economia Digital, en el 2030, se harán análisis sobre la economía catalana, se hablará de las infraestructuras de país y, con la ventaja y la perspectiva que da el tiempo, se opinará sobre lo que decidimos y hacemos hoy -20 años antes- con el aeropuerto de Barcelona-El Prat y las líneas aéreas que operan en dicha instalación.
No tenemos una bola de cristal para ver como será el mundo de aquí a 20 años, pero hay algunos aspectos que no serán muy discutibles.
El proceso de “desoccidentalización” del mundo habrá continuado dos décadas más. Las zonas de más crecimiento económico habrán sido Asia y América Latina. Empresas de China o de la India liderarán industrias, y capitales de estos países y de Oriente Medio, habrán hecho inversiones por todo el mundo. Los analistas de aviación coinciden en decir que el número de pasajeros global se habrá duplicado, sobre todo en estas regiones del mundo.
En este contexto, se habrá librado una competencia global entre ciudades y países para alojar hubs en sus aeropuertos, que permitan hacer conexiones, alimentar vuelos intercontinentales y generar PIB para sus territorios. Hoy ya sabemos que los aeropuertos que son hubs generan alrededor del 10% del PIB de las ciudades y territorios que los acogen, entre un 3% y un 4% más que los aeropuertos que no son hubs. Como ejemplo, el aeropuerto de Madrid-Barajas representa el 11% del PIB de la Comunidad de Madrid, el de El Prat, el 6,2% del PIB catalán.
Si nos situamos en el año 2030 y El Prat es un aeropuerto dominado por las aerolíneas low cost que no hacen conexiones y no hay más vuelos intercontinentales que los que conectan otros hubs; si los aeropuertos de Girona y Reus se han convertido en irrelevantes porque las low cost están en Barcelona, si no es posible volar sin escalas a las ciudades económicamente más importantes del mundo; si Barcelona tiene dificultades para atraer sedes centrales de empresas multinacionales y las empresas catalanas que crecen tienen que instalar las sedes en otras ciudades; si nos cuesta mantener congresos y eventos de ámbito global porque los chinos no quieren hacer escala para venir a Barcelona… Algún analista del futuro mirará atrás y se preguntará “¿por qué?”.
¿En el 2030 se preguntarían por qué en España fueron capaces de construir uno de los hubs del mundo en Madrid, que lidera el tráfico hacia América Latina y no fueron capaces de hacerlo en Barcelona, que tiene el mismo potencial, que es la cuarta ciudad metropolitana de Europa en número de pasajeros y un aeropuerto -la nueva T1- diseñado para ser un hub?
Quizá los más comprensivos recordarían que el hub de Madrid se construyó después de que el Estado español invirtiera 1.362 millones de euros de dinero público en Iberia entre 1992 y 1999. También podrían recordar que en 2007, cuando diversos inversores pretendían comprar Iberia y alguno de ellos tenía la intención de establecer una base fuerte en Barcelona, en lugar de dejarla solo para el low cost, la Comunidad de Madrid alineó esfuerzos y Caja Madrid compró acciones por valor de 470 millones de euros, con lo que, sumados a los 285 que ya invirtió en el 1999, se transformaba en el accionista de referencia y aseguraba el compromiso para Madrid. En 2030 estos analistas más informados y comprensivos quizá dirían -con razón- que Barcelona nunca disfrutó de este compromiso de la antigua línea monopolista estatal ni de aquellos recursos públicos, y era muy difícil construir un hub sin ellos.
Pero también alguien se preguntaría qué pasó si, de hecho, la comunidad catalana ya había sido capaz de comprar una aerolínea -Spanair- integrada en Star Alliance, la alianza más grande del mundo, reestructurarla y relanzarla. Si lo más difícil estaba hecho y Catalunya estaba a un palmo de disponer, por primera vez en la historia, de una infraestructura básica e imprescindible en la economía del siglo XXI. En el futuro dirán que en los inicios de la segunda década del siglo XXI, Catalunya estaba cerca de poder gestionar el aeropuerto de Barcelona-El Prat y de tener una aerolínea genuina y auténticamente comprometida con nuestro territorio y nuestra economía.
Al iniciar el proyecto de Spanair en 2009 decíamos “volem!” (¡volamos!) para mostrar el entusiasmo de despegar en este proyecto colosal. Pero también queríamos decir “volem!” (¡queremos!) en el sentido del deseo, de la voluntad de la comunidad catalana de conectar Barcelona con el mundo y dar a nuestra economía las oportunidades que merece. Después de dos años hemos recorrido gran parte del camino, quizás la parte más difícil, pero debemos seguir “volent” (queriendo) , trabajando con determinación y compromiso. De lo que “volem” (queremos) dependerá que lleguemos al objetivo final y cómo nos juzgue el periodista que escriba sobre esta época en 2030. Depende de nosotros, no valdrán excusas.

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